Esta probablemente sea la entrega más importante de Total Interferencia. La entrevista refuerza los cimientos de este proyecto, el norte elegido. Reivindica el acto político de escribir sobre —y ahora desde— la cárcel. Recuerda de la manera más viva que también existen las historias sobre los nuevos comienzos y las mejores elecciones después de pagar un costo bastante alto. Es una conversación y el principio de cosas que vendrán. El relato de una amistad que ya sucedió.
Con Braian nos ubicamos de algún Zoom o de una de las decenas de actividades virtuales durante la pandemia de Covid 19 respecto al tema de los Derechos Humanos en las cárceles. No lo sabemos. Nos empezamos a seguir en las redes sin nunca conversar. Al tiempo vi en una publicación suya que se había recibido de Profesor de Sociología, el primer estudiante preso en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Ahora quiere ir por la Licenciatura. A Braian estudiar le transformó la manera de mirar y vivir la vida, aún en el encierro.
Un día lo saludé por una publicación que había subido y empezamos a conversar. Le pregunté sobre el Centro Universitario, me preguntó sobre Total Interferencia. Resultó ser que Braian, desde la Unidad N° 1 de la Cárcel de Olmos, en La Plata, había leído casi todas las entregas del newsletter y, además, quería escribir sobre la cárcel y publicar con nosotros. No podía creerlo. Por alguno de esos milagros que no me suelen suceder, Total Interferencia atraviesa muros, rejas y pabellones hasta llegar, por mail, a una compu de un Centro Universitario de una unidad penitenciaria en La Plata. Uno de esos centros que hasta hace poco quisieron cerrar y prohibir, uno de esos centros que, para muchos, es la esperanza de elegir distinto con herramientas nuevas. Mi respuesta afirmativa fue inmediata, pusimos fecha y empezamos. Sin conocernos, sin tener idea el uno del otro. Un taller de escritura, una vez a la semana, tres horas de trabajo. Virtual.
Hoy llevamos diecinueve encuentros de talleres virtuales por Meet e innumerables charlas por Instagram y Whatsapp. Cada semana acordamos un día, ponemos el horario, yo mando el link por email y él se conecta desde el Centro Universitario de Olmos (C.U.O.) para escribir. También para charlar, para conversar, para preguntarnos cosas. Para opinar de música y recomendarnos bandas. Para discutir sobre la creencia en Dios o el machismo. Para cuestionarnos las existencias y ponerlas en un papel. Para renegar con el internet, conocernos el humor, tomar los primeros mates de algún sábado. Para entrar a algún lugar, para salir un rato a tomar aire.
No es la edición, ni las imágenes ni la narrativa exquisita lo que hace importante esta entrega. Sino que es una entrega producto crudo de una charla y ya. Lo importante es que viene desde adentro, desde el corazón de la cárcel. Llega con voz propia, viva, con aires de libertad. Es el ejemplo de que los teléfonos celulares no son un peligro sino un derecho que comunica y abre puentes, que el acceso a internet amplía las posibilidad y los horizontes de elegir diferente. Es la prueba empírica de que leer y escribir sobre un tema que apasiona nos acerca, nos une, nos atrae. Como nos pasó con Braian.
Bienvenidos y bienvenidas a la primera de muchas entregas de Braian Gabriel Ortega, el nuevo integrante de Total Interferencia. Los pensamientos en voz alta atravesaron los muros, estamos felices de haberlo logrado.
La entrevista inició el día 11 de 05 del 2025. Era jueves, nueve y media de la mañana, y la jornada N° 12 de taller. La propuesta de trabajo: “conversación escrita en formato de entrevista”. El encuentro duró dos termos de mate, cuatro magdalenas y dos tortillas. El proceso fue estructurado de la siguiente manera: armamos una escaleta de 17 preguntas, Braian respondió cada una a través de audios, durante el taller las transcribimos y corregimos cada una.
Fede: Contanos: ¿Cómo te llamás? ¿Te gusta tu nombre? ¿Sabés por qué te pusieron así?
Braian: Buenos días, mi nombre es Braian Gabriel Ortega. ¿Si me gusta mi nombre? En la niñez poco, sinceramente no, no me gustaba mi nombre. Porque no era muy “normal” en el colegio, ni en la primaria, ni en el jardín. Yo sentía que mi nombre era distinto a los de mis demás compañeros. Un día, cuando tenía siete u ocho años, tuve la curiosidad de saber por qué me habían puesto este nombre y se lo pregunté a mi mamá. En ese momento, ella me miró asombrada y me dijo: “sentate en la mesa”, y me empezó a explicar: Mirá, en ese momento, cuando yo me enteré que estaba embarazada de vos, yo quise ponerte el nombre Brian por un cantante de los años 90 que se llama Brian Adams. Es por eso que te pusimos ese nombre que me gustaba mucho a mí, y tu segundo nombre es por el Ángel Gabriel.
Fede: ¿Cuándo cumplís años? ¿Festejás? ¿Creés que es un día importante?
Braian: Mi cumpleaños es en el mes de mayo, fecha 2. ¿Si soy de festejarlo? En el medio libre, en la calle, como se dice, no era tanto de festejarlo. Un día me sucedió que cumplía años y nadie sabía, ni mis amigos ni mis compañeros ni nadie, hasta que yo les dije. Recuerdo que ese día se armó improvisadamente un festejo, una joda. Si no decía nada, nadie iba a saber que era mi cumpleaños.
Acá adentro, en la cárcel, en la sombra, no soy de festejarlo. Tampoco creo que sea algo que vaya en mi esencia de personalidad festejar los cumpleaños.
Respondiendo a sí es importante o no para mí ese día, en parte sí, porque es un año más de vida, un año más en condiciones sanas de salud, pero digamos que las fechas del cumpleaños no las considero relevante, simplemente es una fecha que remarca un contexto de mi vida, un año más a la fecha de mi nacimiento. Lo que sí sé de la época en que yo nací, en el año 1994, es que fue a pocos meses de la AMIA. Me acuerdo porque mi papá me lo ha contado y fue testigo de esa explosión. Pero, en general, los 2 de mayo en adelante no son para mí tan importantes de festejarlo.
Fede: ¿Qué relación tenés con la cocina? ¿Te gusta? ¿Aprendiste estando preso o ya sabías de antes? ¿Quién te enseñó?
Braian: Mi relación con la cocina, desde muy pequeño, es escasa y poco significativa, especialmente tras la separación de mis padres. No solíamos cocinar en casa; más bien, comíamos todo preparado: patys, milanesas, y esas comidas rápidas que no requieren mucho tiempo ni esfuerzo. Mi papá, que trabajaba temprano todos los días, me dejaba algo sencillo para que me cocinara. A veces, iba a comprar a unos vecinos que vendían sándwiches de milanesa o alguna con una variedad de menú que me resultaran familiares. En cambio, durante el encierro, creo que más que nada por necesidad, sí tuve que adentrarme en el mundo para prepararme lo que tenía que comer. Aprender a cocinar y hacerlo bien. En la cárcel nunca se cocina para uno, siempre, mínimo, somos cuatro.
Descubrí las técnicas que uno escucha por ahí, esas que parecen complicadas, pero que poco a poco fui incorporando. No fue que alguien me enseñara; más bien, fui observando, preguntando con cuidado para no incomodar, hasta que llegó el momento de la práctica. Porque, al fin y al cabo, hay que meter las manos en la masa, hacerlo con atención, con detalle y con cuidado. En la cocina no soy masterchef, pero me defiendo.
Fede: ¿Considerás que tenés sentido del humor?
Braian: Sinceramente, no me considero una persona con un gran sentido del humor. En varias ocasiones me cuestiono esto y, al recordarme en el medio libre, llego a la conclusión de que mi personalidad se parece mucho a la de mi padre. Él es una persona muy callada, introspectiva, poco sociable; y creo que yo también llevo esa parte de su carácter.
No soy de los que buscan hacer reír a los demás ni de los que llenan el ambiente con palabras constantes. He conocido muchas personalidades a lo largo de mi vida: algunas personas hablan sin parar, otras tienen la habilidad de arrancar carcajadas a todos. Yo no siento que eso sea lo mío, ni me nace de forma natural. Sin embargo, he aprendido a aceptar que esta forma de ser es parte de mi identidad, y eso está bien, ¿no?
Fede: ¿Crees que la cárcel te cambió el carácter?
Braian: La cárcel, en mi experiencia, ha sido un lugar que, desde los primeros meses de detención, me ha llevado a replantearme profundamente quién soy; y lo hace la mayoría de las veces de la peor manera.
Reflexioné sobre el tiempo perdido, el destino y las decisiones que me trajeron hasta aquí. Uno de los primeros compromisos que me hice conmigo mismo fue que la cárcel no cambiaría mi esencia. Me prometí que este encierro no marcaría ni deterioraría mi forma de ser, ni sería el momento en que mi identidad se quebrara o se transformara para mal. Sin embargo, sé que el medio carcelario tiene un impacto profundo en la mente y la personalidad de quienes estamos privados de libertad. El aislamiento, la vigilancia constante, la falta de intimidad y la rutina rígida fomentan la desconfianza, la ansiedad y la pérdida de la individualidad.
A pesar de todo esto, mi desafío personal es mantenerme firme, resistir la presión del entorno y preservar mi sentido de mí mismo. Sé que la cárcel puede dejar huellas profundas y duraderas, incluso trastornos emocionales como ansiedad, depresión y estrés postraumático, que afectan la capacidad de la salud mental. Pero también sé que no puedo permitir que estas circunstancias definan quién soy ni que me conviertan en alguien que no deseo ser. Por eso, esta promesa que me hice —que la cárcel no me cambie— es un acto de resistencia y de esperanza. Un compromiso para que, pese a las adversidades y al encierro, conserve mi humanidad, mi esencia y la posibilidad de un futuro distinto. A veces es muy difícil, cuesta de verdad.
Fede: Contame tres cosas que hayas aprendido en la cárcel y que te hayan cambiado la vida.
Braian: Lo primero que aprendí fue una serie de valores hacia uno mismo y hacia los demás, a respetar las formas de pensar y utilizar la herramienta del diálogo, algo realmente difícil en este contexto. Aprendí también a saber escuchar y a tolerar ciertos orgullos o formas de hablar que no siempre son adecuadas, sin caer en discusiones que luego derivan en sanciones administrativas y represiones. No es fácil usar el diálogo en este contexto, porque no está naturalizado que una persona privada de libertad pueda expresar inquietudes o deseos relacionados con sus derechos. El diálogo está invisibilizado en estos espacios. Esta realidad se agrava por la falta de capacitación del personal penitenciario y por las formas de gobernar la cárcel que, en su mayoría, no permiten el diálogo. Solo unos pocos agentes están dispuestos a escucharnos, pero la mayoría termina arrastrando a esa minoría hacia la indiferencia o el autoritarismo.
Lo segundo que aprendí es a intentar romper, colectivamente, con las ideologías que nos censuran a nosotros mismos aquí adentro. La educación y los objetivos en común se convirtieron en la llave para intentar contrarrestar ese paradigma. He visto a compañeros que, de distintas formas, intervienen y ayudan a reclamar, cuidando sus cuerpos y resistiendo las torturas en otros casos. Con el tiempo aprendí que los derechos existen para ser garantizados y que las torturas no tienen que formar parte de una condena.
Lo tercero que aprendí fue a ser optimista en un mundo dominado por el pesimismo, a intentar mirar las cosas desde otra perspectiva. Tras pasar por la asimilación y la aceptación de que debo transitar años dentro de un sistema perverso, donde todo es frío, oscuro y sin un final claro para quienes están atrapados en esta sombra, descubrí que ser optimista es un desafío enorme. Pero aprendí a hacerlo, y de manera real, no como un juego o una ilusión. Aquí no se trata de un jardín de infantes, sino de personas y vidas que enfrentan una realidad dura y compleja.
Aunque la cárcel haya cambiado y ya no sea la misma de los años 90, como muchas veces escuché decir, sigue siendo un lugar que corrompe los sueños. Es un lugar deshumanizante, cuyas características fracturan la esencia de quienes la habitamos. Lo que me ha cambiado la vida, lo que me salvó y reforzó mis primeras ideas de no dejarme vencer por el sistema ni transformarse para mal, sino más bien capitalizar y convertir lo negativo en algo positivo, ha sido la educación. La educación me humanizó: sus pensamientos, sus mensajes, la forma en que interviene en el individuo, incluso en contextos de encierro.
Puedo ver ese cambio reflejado en muchos compañeros. El Centro Universitario, más allá de ser un espacio físico —que es lo primero que se percibe—, genera muchas esperanzas, mensajes y experiencias que exploran y transforman a la persona. Sin embargo, sé que la sociedad no celebra estos logros y son históricamente invisibilizados por los medios de comunicación y no se encuentran en las agendas políticas del Estado, contando a la sociedad lo que sucede en estos espacios como el Centro Universitario.
Fede: Y decime dos cosas que en la cárcel pasan y que vos no puedas creer que sucedan.
Braian: Lo que más me costó creer fue observar cómo, desde distintas jefaturas del servicio penitenciario, se oponen a las organizaciones universitarias y educativas. Me sorprendió ver cómo intentan, permanentemente, manipular, intervenir, desorganizar e interrumpir las trayectorias académicas y las esperanzas de las personas que conocemos este camino de la educación, sin acompañar ni apoyar los proyectos educativos que deberían ser un derecho garantizado. ¿Por qué estudiar tiene que ser sinónimo de prohibiciones o de no poder ejercer ese derecho? Justamente, quienes están a cargo deberían promover y propiciar que las personas estudiemos, nos formemos y obtengamos herramientas para que adquirir valores y salir mejor de lo que ingresamos, con otras posibilidades, con un proyecto de vida.
Otra cuestión que me impactó es cómo la cultura carcelaria está atravesada por la violencia, tanto del servicio como de los internos. Es increíble pensar que el cuerpo sea el primer lugar en donde se pagan todas estas injusticias y las consecuencias irreparables que eso genera. Cuerpo y cultura carcelaria, hay mucho ahí.
Fede: Sos el primer Profesor de Sociología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de La Plata egresado de un contexto de encierro: ¿qué significa eso para vos?
Braian: Representa, para mí, un logro colectivo. Es la demostración clara de que, más allá de los obstáculos y adversidades de la cárcel, se puede avanzar, se puede proponer y se puede hacer realidad. No es solo un logro personal; es algo que trasciende las dificultades, los momentos difíciles, las situaciones y recuerdos negativos que, inevitablemente, forman parte del contexto en el que vivimos día a día con mis compañeros del Centro. Para mí, es lo fundamental. Es un éxito compartido, no un logro individual. Obviamente, fue gracias al lugar que me dieron y tuvieron muchas personas, de las incentivaciones, de las manos que se levantan cuando otros caen, y de muchos factores como la empatía. Ser el primer profesor es solo el comienzo; ojalá que seamos muchos compañeros egresados más.
Fede: ¿Qué lugar tuvo y tiene la educación universitaria y el Centro Universitario en tu vida?
Braian: Para mí, el Centro de Estudiantes representa la libertad, la oportunidad, la esperanza, el derecho a intentar ser mejor uno mismo. Es un espacio donde muchas cosas que no se encuentran en otros lugares aquí sí existen, y eso lo hace fundamental.
Valoro profundamente este Centro, y a quienes lo habitan, a los docentes, talleristas y organizaciones; sin dudarlo, estaría dispuesto a sacrificar mucho para que siga funcionando. Me refiero a esto cuando hablo de los atentados o intentos de que no exista, como ya ha pasado: traslados de compañeros, presiones, personas que ni siquiera conocemos han dado todo por mantener vivo este espacio. Estos lugares son únicos, nos hacen sentir más cerca de la calle, más cerca del afuera y nos devuelve un poco de humanidad. Nos permite tener contacto directo con el afuera, aprender cosas, nutrirnos de herramientas nuevas, intercambiar con los profes, aprender a usar la tecnología.
Para mí, es más que un espacio físico: una esperanza, una libertad para el corazón y para nuestros cuerpos. Es la posibilidad de vivir desde una filosofía diferente a la del olvido: la de la reparación y la construcción colectiva.
Fede: Contame cómo funciona el Centro Universitario. Quiénes lo integran, cómo lo cuidan, algunos obstáculos.
Braian: El Centro Universitario funciona a través de una comisión directiva, con una organización tanto académica como administrativa, integrada en su totalidad por referentes que se encuentran privados de libertad. Cada integrante cumple un rol fundamental: presidente, vicepresidente, secretario de actas, tesoreros, bibliotecarios y coordinadores de cada carrera (Abogacía, Sociología, Historia y Periodismo). Todos trabajamos con un objetivo común: lograr que la población carcelaria tenga acceso a la educación universitaria, a cursos no formales, talleres, charlas y debates, y que se animen a utilizar el espacio del Centro de Estudiantes como propio.
Uno de los principales obstáculos es la participación: muchas veces cuesta que los compañeros se acerquen, salgan de sus pabellones y se animen a sostener su presencia en estos espacios. Esa falta de concurrencia es uno de los desafíos más grandes y se da por diferentes motivos.
Mi propia experiencia comenzó a través de talleres y cursos de alfabetización jurídica. Escribir, expresarse, sacar afuera todo aquello que a veces no se puede decir: eso es lo que buscamos. Queremos que nuestras voces trasciendan los muros, que lleguen a todas las unidades penitenciarias, que se difunda la posibilidad de descubrirse, de educarse, de progresar y de construir una trayectoria académica, y sobre todo, una vida distinta.
Nuestro sueño es que los logros y objetivos colectivos no queden solo en palabras: queremos que se conviertan en realidades. Que cada compañero sepa que, aunque el sistema parece inamovible, es posible cambiar el destino. Que quede escrito y expresado que, alguna vez, desde la privación de la libertad, una persona pudo, junto a otros, alcanzar el título de Licenciado, Profesor, o cualquier meta que se proponga.
Fede: Empezaste talleres de escritura. ¿Por qué se te dio por escribir? ¿Sobre qué te gusta hablar y escribir?
Braian: Con el tiempo entendí que escribir es mucho más que un acto académico: es una herramienta afilada, capaz de cortar las máscaras y revelar lo que ocurre entre estos muros. Escribir es una forma de expresar lo que a veces cuesta decir. Es acercar los derechos, nuestros derechos.
Quiero escribir sobre la realidad, o al menos sobre cómo la veo y la siento. Sobre los logros y objetivos que solo se alcanzan en colectivo. Me conmueve todo lo que atraviesan los familiares de los detenidos, ese universo tan poco comprendido. Me duele la situación de los compañeros condenados a prisión perpetua, de las mujeres y madres privadas de libertad. Todo eso es muy fuerte, y es por ellos, y por mí, que quiero escribir.
Creo que la escritura debe nacer desde lo más profundo, de la verdad y la empatía. Porque cada día, cada año, veo cómo más personas quedan encerradas, muchas veces sin colchones, sin atención médica, en medio de realidades que la sociedad prefiere ignorar. Y cuando uno logra acceder al conocimiento, a menudo se encuentra con la indiferencia de quienes podrían escuchar.
Eso es lo que me impulsa a escribir: la necesidad de expresar, de visibilizar, de humanizar. Porque contar lo que vivimos puede ser el primer paso para cambiarlo.
Fede: Queda poco para volver a la calle. ¿Cómo te imaginas que va a ser? ¿Te da temor pensar en el afuera?
Braian: Solo quiero cumplir mi condena y crecer en algo fuera de estos muros, aprovechar este tiempo para hacerlo. Imagino que la calle está totalmente cambiada, claro, por lo que veo en la televisión. Pero no me da miedo, es un desafío y sé que no va a ser fácil. Nuestra condena no es solo penal y corporal, también es social. Nos resulta muy difícil de verdad empezar una vida nueva y la sociedad te da la espalda para darte un trabajo solo porque estuviste preso. Pero creo que tengo las herramientas para hacerle frente a esa realidad y, sobre todo, hacer lo posible para no volver aquí dentro nunca más.
Lo único que me preocupa es alejarme del mundo académico que me ha acompañado aquí dentro y que me hace bien. Más allá de eso, espero poder enfrentar la vida cotidiana con la misma fuerza. Ojalá que algún trabajo para mí haya allá afuera. En La Plata… o en Tucumán, ¿por qué no? (Risas)
Fede: ¿Y qué te gustaría hacer?
Braian: Me gustaría contribuir de alguna manera a todo lo que viví dentro del sistema penitenciario. Soy consciente de que no podré abarcarlo todo, y que detrás de cada problemática existen actores y decisiones políticas complejas. Mi deseo es involucrarme desde cualquier espacio, por pequeño que sea, para aportar a que la vida de los presos sea más digna.
Si me preguntaran cuál sería mi ideal, respondería que anhelo un trabajo digno, preferentemente vinculado a atender las necesidades reales de las personas privadas de libertad. Reconozco que es un desafío profundo y complejo, por lo que no descarto ninguna posibilidad.
Fede: ¿Te sumarías a Total Interferencia? ¿Dictarías talleres presenciales o virtuales de escritura en la cárcel a personas que están privadas de libertad?
Braian: Claro que sí. Como te dije en más de una ocasión, las propuestas y las invitaciones a participar son algo verdaderamente novedoso para mí. Me gustaría poder ser parte activa, aportar y difundir. Quiero que la escritura sea un puente para expresar. Ser parte de este proceso es fundamental para mí. Uno de los temas que más me moviliza son los Derechos Humanos dentro de las cárceles. Necesitamos deconstruir esa cultura carcelaria que nos obliga a dañarnos a nosotros mismos o a otros para ser “reconocidos o nombrados”, esa idea absurda de que ser víctima de torturas o maltratos por parte del servicio penitenciario es sinónimo de “ser el más piola”.
Fede: Mucha gente te va a leer. ¿Qué te gustaría decirles?
Braian: Lo que me gustaría decirle a la gente es que se acerquen y conozcan las realidades de quienes atravesamos la cárcel. Que piensen en esas personas que no volverán a salir nunca más condenadas a prisión perpetua. Pensemos en esas mujeres que cumplen su condena con sus hijos por matar al marido que la golpeaba, y en los familiares que deben soportar el castigo social por ser parientes de alguien privado de libertad. Estas son pequeñas, pero profundas realidades que jamás veremos reflejadas en la televisión.
Quiero decirles que no todo es como los medios de comunicación lo repiten una y otra vez. La inseguridad se utiliza como excusa para aumentar el punitivismo y para que más jóvenes, incluso de apenas 13 años, terminen encarcelados. La sociedad pide protección, pero lo que la política ofrece es todo es una mentira que solo beneficia a unos pocos.
¿Quién ha visto a un rico tras las rejas? Los que estamos en prisión somos los pobres, los más vulnerables de barrios y pueblos en emergencia, aquellos que no tuvimos cómo sostenernos.
Y por último decirles que soy mejor persona gracias a la Universidad Pública y de calidad y a los valientes que rompen el prejuicio para venir darnos clases en una cárcel. La educación me salvó la vida aquí, y puede hacerlo con muchos más.
La hice re larga a esta (risas). Un saludos para todos los lectores de Total Interferencia y nos vemos en el próximo artículo.-